El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo
soñaron
Gastón Rébuffat.
Si se cambiara la palabra
alpinista, por la de caminante o “pisapraos”, la frase de Gastón Rébuffat,
resumiría a la perfección mi relación
con El Aguilón del Loco, pico que se encuentra situado en el parque natural de
las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas.
Sin que exista una razón que lo justifiqué, siempre me he sentido atraído por este pico, y en mi
cabeza rondaba la idea de subir a él. Cuando tiempo atrás, unos buenos amigos me propusieron que les
acompañara, no pude resistirme; si bien en aquella ocasión, en mi fuero interno sentía
que de algún modo estaba traicionando mi sueño.
Mentiría si dijera que no
disfruté de aquella salida. Aquel día, una densa niebla daba un toque
fantasmagórico a todo el recorrido, y eso nos mantuvo en tensión, al tiempo que nos privó de uno
de sus puntos fuertes, los impresionantes y aéreos cortados que
forman la cordillera de Los Agrios. Justo antes de iniciar el descenso, y con la extraña sensación de que me estoy
perdiendo algo, sé que volveré a visitar a este viejo camarada.
Cañada de las Fuentes.
Una vez más, vuelvo a hacer oídos
sordos a los consejos sobre salir solo a la montaña, un capricho que de vez en
cuando me permito, así como el madrugar, una postura egoísta que me permite disfrutar del silencio y la soledad del camino.
Parto de la Cañada de Las
Fuentes y a poco de comenzar, se deja entrever la figura de mi viejo amigo, al igual
que el resto de la cordillera de la que
forma parte, pero la distancia que nos separaba evitaba que por el momento se apreciase el desnivel que tendría que superar, algo que por el momento apenas me preocupaba. La senda que me lleva hasta el collado de Trabino tiene el suficiente aliciente para que me abstrajera
y me olvidase del resto.
Una vez en el collado, empecé a tomar conciencia de lo
que me esperaba más arriba, pero por el momento sería mejor no pensar en ello y seguir hasta el siguiente punto. A
los pies de esa enorme mole, áspera y dura como ella sola, duele el cuello de tanto
mirar hacia arriba en busca de un paso
que me lleve hasta su cima, pero hoy, parece ser mi día de suerte, un pequeño rebaño de gamos
con su paso cansino parece querer indicarme
el camino a seguir. En principio, viéndoles
subir, la cosa parece fácil, sólo hay que buscar la cuerda que une el Aguilón
con el Picón y, desde allí atacar la
cumbre.
Siguiendo los pasos de aquellos que habitan por estos lares, logro encontrarme
en lo más alto mucho antes de lo
previsto. Una vez arriba, contemplando
esta fiera cordillera, las sensaciones son
indescriptibles, y la mejor manera para
deleitarse de aquello que me rodea, es sentarse
un buen rato con la sola compañía de este pequeño rebaño
que tranquilamente pasta bajo mis pies y
algún que otro buitre que me sobrevuela, no sé bien con que extrañas
intenciones.
Pero el tiempo pasa rápido y hay
que ir pensando en bajar, no sin antes despedirme de este viejo amigo y pactar una próxima visita, en la que tal vez vuelva para recorrer toda la cordillera.
En el regreso toca visitar los
tejos milenarios, lugar donde me doy de bruces con la cruda realidad,
transformada en el bullicio de cientos de turistas que campan a sus
anchas cual hordas de Atila. Tras un breve saludo y desearles la mejor de las fortunas a estos viejos tejos,
prosigo mi camino fundiéndome con esa
marea humana que sin alejarse demasiado de sus vehículos pugna por su porción de naturaleza.
Primeras vistas sobre el Aguilón.
Collado Trabino.
Picón del Guante.
Picón del Guante y Picón del Rayal.
Un último esfuerzo.
Collado Angosto.
Tejo milenario.
Paracillo de los seis pinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario