Quien viaja deprisa, pierde la esencia del viaje.

14.6.14

El Aguilón del Loco.


El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron
Gastón Rébuffat.


Si se cambiara la palabra alpinista, por la de caminante o “pisapraos”, la frase de Gastón Rébuffat, resumiría a la perfección mi relación con El Aguilón del Loco, pico que se encuentra situado en el parque natural de las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas.
Sin que exista  una razón  que lo justifiqué, siempre  me he sentido atraído por este pico, y en mi cabeza rondaba la idea de subir a  él.  Cuando tiempo atrás, unos buenos amigos me propusieron que les acompañara, no pude resistirme; si bien en aquella ocasión, en mi fuero interno sentía que de algún modo estaba traicionando mi sueño.   
Mentiría si dijera que no disfruté de aquella salida. Aquel día, una densa niebla daba un toque  fantasmagórico a todo el recorrido, y eso nos mantuvo en tensión, al tiempo que nos privó de uno de sus puntos fuertes, los impresionantes y aéreos cortados que forman  la cordillera de Los Agrios.  Justo antes de iniciar el descenso, y  con la extraña sensación de que me estoy perdiendo algo, sé que volveré a visitar a este viejo camarada.

Cañada de las Fuentes.

Una vez más, vuelvo a hacer oídos sordos a los consejos sobre salir solo a la montaña, un capricho que de vez en cuando me permito, así como el madrugar, una postura egoísta  que me permite disfrutar del silencio  y  la soledad del camino.
Parto de la Cañada de Las Fuentes y a poco de comenzar,  se deja  entrever la figura de mi viejo amigo, al igual que el resto de la cordillera de la  que forma parte, pero la distancia que nos separaba  evitaba  que por el momento se apreciase el desnivel que tendría que superar, algo que por el momento apenas me preocupaba. La senda que me  lleva hasta el collado de Trabino tiene  el suficiente aliciente para que me abstrajera y me olvidase del resto. 
Una vez en el collado, empecé a tomar conciencia de lo que me esperaba más arriba, pero por el momento sería mejor no pensar  en ello y seguir hasta el siguiente punto. A los pies de esa enorme mole, áspera y dura como ella sola, duele el cuello de tanto mirar hacia arriba en  busca de un paso que me lleve hasta su cima, pero hoy, parece ser  mi día de suerte, un pequeño rebaño de gamos con su paso cansino parece querer  indicarme   el camino a seguir. En principio, viéndoles subir, la cosa parece fácil, sólo hay que buscar la cuerda que une el Aguilón con el Picón y,  desde allí atacar la cumbre.  
Siguiendo  los pasos de aquellos  que habitan por estos lares, logro encontrarme en lo más alto mucho antes de lo previsto. Una vez  arriba, contemplando esta fiera  cordillera, las sensaciones son indescriptibles, y la mejor manera para deleitarse de aquello que me rodea,  es   sentarse   un buen rato  con la sola compañía de este pequeño rebaño que tranquilamente  pasta bajo mis pies y algún que otro buitre que me sobrevuela, no sé bien con que extrañas intenciones. 
Pero el tiempo pasa rápido y hay  que ir pensando en bajar, no sin antes despedirme de este viejo amigo y pactar una próxima visita, en la que tal vez  vuelva para recorrer toda la cordillera.
En el regreso toca visitar los tejos milenarios, lugar donde me doy de bruces con la cruda realidad, transformada  en el bullicio  de cientos de turistas que campan a sus anchas cual hordas de Atila. Tras un breve saludo y desearles  la mejor de las fortunas a estos viejos tejos,  prosigo mi camino fundiéndome con esa marea humana que sin alejarse demasiado de sus vehículos  pugna por su porción de naturaleza.

Primeras vistas sobre el Aguilón.





Collado Trabino.



Picón del Guante.



Picón del Guante y Picón del Rayal.

Un último esfuerzo.





Collado Angosto.

Tejo milenario.

Paracillo de los seis pinos.

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